Con la muerte de Anastasio José Larrañaga, penoso hecho ocurrido ayer, el deporte juninense pierde a una verdadera reliquia y la pelota a paleta, en especial, al mejor valor de su riquísima historia. El Vasco, como todos lo conocían, tenía 93 años.
Larrañaga fue un fuera de serie, en muchos sentidos: como persona, como jugador, como laburante, como vecino y, en síntesis, como lo que era: buena gente. Logró galardones argentinos, provinciales e internacionales. En este último rubro, junto a Domingo Olite, se clasificó campeón en San Sebastián (España), en los años 50. También se coronó con el título provincial en dos ocasiones, junto a otro astro: Horacio Silvetti, en Tres Arroyos y Bahía Blanca.
Oscar Messina, el inolvidable y legendario Manco de Teodelina, solía decir que el jugador más completo que vio en su vida fue, precisamente, Anastasio Larrañaga. El Vasco, junto a Ibarra y Aramburu, era con quienes se sentía más cómodo jugando en parejas. El Manco, en una entrevista que un diario de Tapalqué le dedicó hace varios años atrás, puntualizó que el “gran enfrentamiento” de toda su trayectoria fue contra Larrañaga, en Leandro N. Alem. Los dos se ganaron en sendas contiendas históricas.
Todo aquel que tenga la fortuna de encontrarse con un testigo privilegiado de aquella época, seguramente oirá leyendas fantásticas, llena de andanzas y proezas mágicas, quizá algunas mentiras inocentes, con jugadores talentosos, con paisanos de poncho y cuchillo a la cintura, bebedores incorregibles de tardes y noches interminables, donde no faltaba un riquísimo asado y el tradicional fin de fiesta: naipes y guitarreadas.
Esta secreta popularidad del deporte inventado por las legiones vascuences allá por el siglo 18 tiene ahora, a modo de hermoso recuerdo que solamente se consigue con la lejanía, algunos nombres de los jugadores que pisaron decenas de escenarios locales, hoy inexistentes, pero conservando aquellos duendes de entonces. Apenas con repasar que el maravilloso Manco de Teodelina, jugó aquí en innumerables ocasiones, está todo dicho. Pero Messina alguna vez perdía. No era Manco, como tampoco Gardel fue mudo. A veces le tocaba beber el agua amarga de la derrota. Cerca de 50 años atrás, en un domingo donde la cancha desbordaba de público, se registró un doble enfrentamiento que hoy estaría en la tapa de los suplementos deportivos de los diarios del país: Juan Sangiovani y Noel Madama (recordado ex jugador de Sarmiento) se midieron ante Oscar Messina y Anastasio Larrañaga. Sangio y el Ñato, que iban de “punto”, pese a la calidad de ambos, se transformaron en “banca” y se impusieron en dos partidos electrizantes a esos monstruos.
Habíamos empezado a esbozar unos pocos nombres de jugadores que desfilaron por nuestras canchas y la inevitable estampa de El Vasco Larrañaga nos cambió el rumbo de la evocación. Volvamos para atrás. Con la inestimable ayuda de amigos memoriosos, hilvanamos una pequeña serie de protagonistas: Saccardi, Rana Miranda, Zapata, el Zurdo Ferreira, el Negro Pinto, Noel Madama, Juan Sangiovani, Santos Sánchez, Horacio Silvetti, Delledone, Carlos Franco (Rojas), el Loco Valles, el Perro Elisei, Pinino Sigliano, el Zurdo Mena, el Paisano Díaz y los Hermanos Pampeanos, entre tantos otros.
La pelota a paleta fue pura pasión en los albores de la mayoría de los pueblos, porque en cada lugar, por más modesto que fuese, se levantaba una cancha. Por aquellos tiempos, esa era la moda, dentro de una disciplina repleta de varones de verdad, con “V” corta, un título que no se hereda. Un deporte de hombres de pelo en pecho, con barba de dos días que borraban con la navaja, a brocha y espuma. A primera vista, las siluetas clásicas van apareciendo en el recuerdo, no aquellas de la memoria, sino de las vivencias. No es fantasía reflexionar sobre la tremenda popularidad que tuvo en Junín la disciplina, no cubierta debidamente por el periodismo de entonces, ya que es difícil encontrar páginas que expliquen ese fenómeno. Hay cosas dispersas, muy complicadas para juntar y llevar del brazo. Lo cierto es que en Junín, crease o no, había casi veinte escenarios para pegarle a la pelotita y sentir el sabor mágico de un certero revés. Veamos, si no: Sarmiento, Centro Español, Aramburu (en Lebensohn y Narbondo, frente a la ex. Escuela Comercial), Club Junín (cerrada y abierta), Turco Lorenzo, Los Varela, Paco Ojeda, Boliche Balestrasse, Rincón del Carpincho, La Agraria, Camicia, Mariano Moreno (Carlos Pellegrini e Italia), San Martín y Jorge Newbery, además de algunas otras. De todas ellas, la única que sobrevive a duras penas es la cerrada de Junín, a la que habría que proteger como un verdadero “monumento histórico”, a prueba de piquetas destructivas. Que las ambigüedades queden para los políticos y las leyendas, con voluminosos pliegos de riquísima textura, para la gente, esa misma que sabe reconocer los perfumes del pasado y la sensación térmica de los días felices.
Dentro de la imaginaria galería de los próceres juninenses del deporte, indudablemente un lugar destacado estará reservado para ese grande que fue Anastasio Larrañaga…
Fuente: www.laverdadonline.com